Estoy borracha con tanto cava catalán como bebimos mientras veíamos a mi Felipe VI en la televisión hablando del futuro, de Cataluña, de las mujeres maltratadas y de lo bien que nos irá juntos a todos los españoles, incluido ese señor Puigdemont que anda por Bruselas escondido. Pero no quiero hablar de política sino de comida.
Andan diciendo por ahí que sólo comimos un plato. Es cierto: comimos una fabada con panceta de cerdo ibérico y nos chorizos de marca Coren que salen muy baratos en el supermercado Gadis. Doña Sofía no quería comer carne, pero acabó comiendo un buen trozo de tocino porque no había verduras ni ese pescado crudo que a ella le gusta tanto. También se sumó a nuestra mesa mi cuñada Elena con sus dos hijos. No hablaron mucho. Creo que sigue enfadada conmigo porque no invito a los Urdangarines. Este año tuvo la delicadeza de no llamar a Cristina. Elena y Cristina son como siamesas: no pueden vivir una sin la otra.
Nuestra cena fue muy amena. Froilán nos puso al tanto de sus proyectos emprendedores.
-Tengo acciones de un bingo en Madrid.
-¿Eres ludópata, sobrino? -le preguntó mi Felipe VI.
-No, tío Majestad, soy un causante de la ludopatía de los jóvenes madrileños.
-Ten cuidado con la Justicia, sobrino.
-Pago impuestos. Mi bingo es totalmente legal. Y lo mismo puedo decir de las catorce discotecas donde invierto mis ahorros y de los tres restaurantes para jóvenes y de un coche que pilota un amigo mío que fue taxista en unas carreras de coches a las afueras de Madrid.
Doña Sofía aplaudía. Está muy orgullosa con el éxito económico de su nieto mayor. Menos orgullosa se siente de su éxito con las mujeres. Teme doña Sofía que el nieto Froilán le salga al abuelo Juan Carlos.
Don Juan Carlos poco habló. Su presencia en nuestra mesa de Nochebuena se limitó a recibir las reverencias de sus nietos y a pedirnos que abriéramos todas las botellas de cava catalán de nuestro mueble-bar.
-Los catalanes necesitan vender sus productos.
-Está bien, suegro, beberemos todo el cava y dejaremos la sidra para fin de año.
-Para fin de año hay que comprar más cava. Los Freixanet tienen pocas ventas este año.
-¿Sigue teniendo dinero en La Caixa, suegro?
-Ahora es Caixa Bank, nuera. Y sí, tengo allí mis ahorros.
-¿Todos sus ahorros?
-No hables de dinero, Leta -me reprendió mi Felipe VI-. Hablar de dinero es mala educación.
El cava se me subió a la cabeza. Ya no sabía si hablaba de dinero o si hablaba de comida. Sólo sé que mis suegros no discutían. Parecían un viejo matrimonio feliz. Grite que se besaran. Fue un error por mi parte porque don Juan Carlo y doña Sofía se apartaron. No tienen arreglo, pensé.
Antes de ir a dormir, llamé a a mi doncella Maripuri. También estaba piripí por el cava catalán.
-Este año lo hicieron con más alcohol, mi Reina. No deje que sus Herederas lo beban. Emborracha mucho.
-Ya lo bebieron, Mariuri.
Mis Herederas brindaban con las copas de la cristalería italiana de la Reina Victoria Eugenia. Brindaban pero no bebían. Leonor y Sofía mojan los labios sin beber la bebida que puede hacerles perder la cabeza. Son más listas que su madre, esta pobre mujer que hoy no puede con su resaca de Nochebuena.
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